Coaching – Metáfora (9) Tesoros ocultos

La metáfora que comparto en este nuevo post nos hace plantearnos qué es un tesoro. Pocas veces somos capaces de ver más allá del significado que pueden tener las cosas al nivel más superficial. La infoxicación y el ruido al que nos vemos sometidos nos impide mirar en profundidad y detalle, más allá de lo obvio.

Si quieres encontrar nuevos tesoros, sigue leyendo.

Tres jóvenes estaban sentados en torno al lecho de su padre moribundo. Haciendo acopio de un último aliento, el padre les dice entre susurros que hay un tesoro enterrado en el campo que tiene la familia.

«¿Dónde?, ¿Dónde está el tesoro?» preguntan apremiantes los jóvenes. Pero para cuando quieren recibir respuesta ya es demasiado tarde. Su anciano padre expira sin poder contestarlos.

Después del velatorio y del entierro, los tres hombres cogieron picos, azadas y palas y se dedicaron a revolver el suelo, cavando bien hondo, no dejando un palmo de tierra sin remover. Pero no encontraron nada. Profundamente decepcionados, los jóvenes renunciaron a su búsqueda y regresaron a la ciudad.

Al verano siguiente, el campo produjo la mayor cosecha que haya tenido jamás.

Hay que ponerse manos a la obra para desenterrar los recursos, ya sea que estén dentro de uno mismo o en el mundo exterior. Estos hombres pasan a la acción, pero no logran reflexionar oportunamente sobre ello, ni tampoco tienen paciencia para establecer una relación causa-efecto. Están demasiado impacientes y buscan únicamente las gratificaciones inmediatas. Su concepto de «tesoro» se limita a lo que tenga que ver con los bienes puramente materiales. En relato nos apremia a percibir todos los recursos como un tesoro. El terreno, la tierra, el esfuerzo humano para ponerla en condiciones y que pueda dar sus frutos son tesoros en si mismos. Los tres jóvenes protagonistas influyen en la tierra mediante la acción, pero no son conscientes de la respuesta consecuente. Sus ritmos y prioridades son distintos y, por ello, no advierten los auténticos dones o tesoros hallados.

Nota: Quiero dedicar este post a Rebeca Pérez,  asistente a la II Edición del Taller de Inteligencia Emocional en Valladolid (Septiembre 2012)