Coaching – Metáfora (8) Genio y Talento

Etimológicamente, talento proviene del latín talentum, y éste del idioma griego (τάλαντον), que significa plato de la balanza o peso. Históricamente destaca el hecho de que existiera una unidad monetaria, del mundo antiguo, llamada talento. Hoy en día se habla cada vez más de este concepto.

En su libro «El hombre mediocre» (1913) , el sociólogo José Ingenieros plantea una interesante diferenciación: «Genio es el  hombre que crea nuevas formas de actividad no emprendidas antes por otros o desarrolla de un modo enteramente propio y personal actividades ya conocidas; y tiene talento el individuo que practica formas de actividad, general o frecuentemente practicadas por otros, mejor que la mayoría de los que cultivan esas mismas aptitudes».
Esta diferenciación me hizo recordar la siguiente metáfora, que comparto a continuación.

Un Rey observaba a un gran Mago realizando su actuación. La multitud estaba embelesada y también el Rey. Al final la audiencia prorrumpió en aplausos y gritos de ovación. Y el Rey dijo: «Qué habilidad tiene este hombre. Es un talento que Dios le ha dado»

Pero el Sabio Consejero le dijo al Rey: «Mi Señor, el genio no nace, se hace. La habilidad de este Mago es el resultado de la disciplina y de la práctica. Este talento ha sido ejercitado y asentado a lo largo del tiempo, con determinación y constancia».

El Rey se sintió muy perturbado por esta declaración. Las palabras de su Consejero le habían estropeado el placer disfrutado con las artes del Mago.«¡Canalla envidioso y Consejero mediocre!, ¿cómo te atreves a criticar al verdadero genio? Como ya te dije antes, o lo tienes o no lo tienes. Y es evidente que tú no lo tienes en absoluto».

El Rey se volvió hacia los integrantes de su guardia personal y les dijo: «Arrojad a este Consejero a la más profunda de las mazmorras y, para que no esté solo, le permitiré tener a dos más de su calaña que le hagan compañía. Tendrá dos pequeños cerdos por compañeros de celda».
Desde el mismo día de su encarcelamiento, el Sabio Consejero practicó subiendo las escaleras que había desde el sótano de la mazmorra hasta la puerta de la celda, llevando un cerdito en cada brazo. A medida que los días se iban transformando en semanas y las semanas en meses, los cerditos fueron creciendo con regularidad hasta convertirse en dos robustos y rollizos cerdos. Y con cada día de práctica, el Sabio Consejero aumentaba su energía y su fuerza.

Pasado un tiempo considerable, el Rey se acordó del Sabio Consejero y sintió curiosidad por saber si el encarcelamiento le había bajado los humos. Mandó llamar entonces al Sabio Consejero a su presencia. Cuando apareció el prisionero, se encontró a un hombre de una complexión extraordinaria llevando sin ningún esfuerzo un enorme cerdo en cada brazo. El Rey exclamó: «Qué habilidad tiene este hombre, es un talento que Dios le ha dado».

El Sabio Consejero replicó: «Mi Señor, el genio no nace, se hace. Mi habilidad es el resultado de la disciplina y de la práctica. Este talento ha sido ejercitado y asentado a lo largo del tiempo, con determinación y constancia».

Fuente primaria: Nossrat Peseschkian
Fuente general: Tradición oriental.

Nota: Quiero dedicar este post a Javier Carbajal, asistente a la II Edición del Taller de Inteligencia Emocional en Valladolid.