Coaching – Metáfora (19) Carpe diem

Nuestras vidas se caracterizan, como humanos que somos, por ser conscientes. No obstante, la falta de auténtica conciencia suele ser una de las principales fuentes de los males que nos asedian. Vivimos la mayor parte de nuestra vida «dormidos». No nos conocemos a nosotros mismos, tenemos miedo a buscar en nuestro interior, nos boicoteamos a la hora de aceptarnos, y eludimos responsabilizarnos de cambiar aquello que nos limita.

El siguiente cuento nos invita a pensar, y actuar, en este sentido. Como decía el poeta romano Horacio: Carpe diem quam minimum credula postero.

Dice la leyenda que había un hombre que peregrinaba por el mundo fijándose en todo aquello que veía. Un día llegó a un pueblo de Kammir. Antes de entrar en él vio un caminito que le llamó la atención por el hecho que estaba cubierto de árboles y flores. Cogió aquel desvío y llegó a una valla con una puerta de bronce entreabierta, como invitándole a entrar.

El hombre pasó el umbral y comenzó a andar lentamente entre unas piedras blancas que estaban distribuidas verticalmente entre los árboles, como por azar. No tardó en deducir  que se encontraba en el humilde cementerio del pueblo. Muy despacio se agachó a mirar la inscripción tallada en una de las lápidas y leyó: «Abdul Tareg – Vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días».

El hombre sintió pena por el niño muerto tan joven y con curiosidad fue leyendo las lápidas de alrededor. Cuál sería su sorpresa al descubrir que la persona que había vivido más tiempo de las que allí se encontraban enterradas sólo había vivido once años. Terriblemente abatido se sentó a la salida del lugar y reflexionó sobre qué extraño suceso o desgracia podía haber silo la causante de la muerte de tantos niños.  Un anciano del lugar se acercó a él y le preguntó qué le pasaba. Él le hizo la pregunta que le inquietaba:

¿Qué pasó en este pueblo? ¿Por qué tantos niños están enterrados en este lugar? ¿Cuál es la terrible maldición que habéis sufrido?

- Serénese buen hombre- dijo el viejo-. No existe tal maldición. Lo que sucede es que en nuestra cultura, cuando un joven cumple quince años sus padres le regalan una libreta como la que yo llevo. A partir de esa edad, cada vez que goza intensamente de alguna cosa, o vive un momento especial o intenso, siente amor, paz o felicidad, anota en el cuaderno esta vivencia indicando lo que siente y cuánto tiempo se prolonga. Así lo vamos haciendo todos y, cuando morimos, se suma el tiempo vivido con plenitud de sentido y conciencia por esa persona… y se anota en su lápida. Este es, amigo mío, el único y verdadero tiempo vivido.

Y tu libreta, ¿cuanto tiempo tiene?
Vive la vida a plenitud, para que esa libreta que todos llevamos por dentro sea la que tenga mas años de «VERDADERO TIEMPO VIVIDO»

Fuente primaria: Tradición árabe.
Nota:
Me gustaría dedicar este post, con afecto, a Jeza.