Coaching – Metáfora (16) Arreglar el mundo

El propósito de “arreglar el mundo”, como tal, suele venir acompañado de connotaciones idealistas, grandilocuentes y, en la mayoría de las ocasiones, prácticamente absurdas debido a lo poco fundamentado de los argumentos con que se adereza.

Mi buen amigo Rodrigo Llorente me hizo llegar la semana pasada el cuento que comparto a continuación y que enfoca, con sencillez y claridad, la solución a este mal planteado y vacío despropósito.

Hace tiempo, un reconocido científico que vivía muy preocupado por los problemas del mundo decidió que dedicaría sus investigaciones a encontrar los medios o fórmulas para aminorar las situaciones que asediaban el planeta.

Pasaba largas jornadas enclaustrado en su laboratorio, entregado a su tarea y en busca de respuestas para los múltiples obstáculos e impedimentos. Trabajaba sin apenas descanso, convencido de la importancia de su misión.

Cierto día, su hijo de 6 años invadió su concentrado retiro, decidido a ayudarlo a trabajar. El científico, nervioso por la interrupción, le pidió al niño que se fuese a jugar a otro lado. Viendo que era imposible sacarlo del laboratorio, el padre pensó en algo que pudiese proponerle, con el objetivo de distraer la atención del pequeño.

Finalmente encontró una revista, en donde había un mapa del mundo. Con unas tijeras recortó el mapa en varios pequeños pedazos y, junto con un rollo de cinta adhesiva, se lo entrego a su hijo diciendo:

-«Ya que te gustan los rompecabezas, te voy a dar el mundo roto para que lo repares sin ayuda de nadie».

Entonces calculó que al pequeño le llevaría unos 10 días componer el mapa; pero no fue así. Pasadas algunas horas, escuchó la voz del niño que lo llamaba:

-«!Papá, papá!, ya lo hice todo. ¡Conseguí terminarlo!»

Al principio el padre no creyó al niño. Pensó que seria imposible que, a su edad hubiera conseguido recomponer un mapa que jamás había visto antes. El niño volvió a insistir, llamando con gritos de alegría la atención de su padre.

Desconfiado, el científico levantó la vista de sus anotaciones con la certeza de que vería el trabajo propio de un niño de esa edad. Para su sorpresa, el mapa estaba completo y ensamblado. Todos los pedazos habían sido colocados correctamente en su lugar.

¿Cómo era posible? ¿Cómo había sido capaz el niño? Sin dar crédito, el padre preguntó con asombro a su hijo:

-«Pero hijo, tú no sabías cómo era el mundo, ¿cómo lo lograste?»

El niño lo miró sonriente y respondió con voz calmada:

-«Papá; yo no sabía cómo era el mundo, pero cuando sacaste el mapa de la revista para recortarlo, vi que del otro lado estaba la figura de un hombre. Así que di la vuelta a los recortes y comencé a recomponer al hombre, que sí que sabía cómo era. ¡Cuando conseguí recomponer al hombre, di la vuelta a la hoja y vi que había arreglado el mundo!».

¿Debemos realmente seguir intentando “arreglar el mundo”? ¿O deberíamos empezar a plantearnos cómo arreglarnos nosotros, las personas? El «mundo», así en abstracto, no provoca las crisis y tampoco las resuelve.  Los humanos y las situaciones que muchas veces generamos son, en realidad, la prueba que pone de manifiesto que estamos llegando al fin de una época, y que muchos de los esquemas y estructuras con los que se organizaba el mundo y la sociedad van a tener que cambiar si queremos que nuestros niveles de auténtica felicidad se consoliden o aumenten.

Fuente original: Ocasionalmente atribuido a Gabriel García Márquez (sin contrastar)

Nota:
Me gustaría dedicar este post a Sara Serna,  participante en la IV Edición del Taller de Inteligencia Emocional (IE1) en Valladolid (Diciembre 2013)