Coaching – Metáfora (25) ¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¡Quién sabe!
En el lejano Reino de Kariel, vivía Long Ching, un anciano de frágil cuerpecillo y larga barba blanca. Sus modales serenos y su palabra, siempre cuidadosa y amable, hacían de él un hombre respetado en toda la comarca. Las gentes afirmaban que Long Ching, en su juventud, fue iniciado en los misterios de la antigua sabiduría. Y en realidad, tanto sus vecinos como su único hijo, que con él vivía, admiraban su gran lucidez y templanza.
Un día, los vecinos de Kariel se encontraban muy apenados. Durante una tormenta, las yeguas de Long Ching había salido de sus establos y escapado a las montañas, dejando al pobre anciano sin los medios habituales de subsistencia. Ante tal hecho, el pueblo sentía una gran consternación por lo que sus habitantes no dejaban de desfilar por su humilde, pero honorable, casa:
- ¡Qué mala suerte! ¡Pobre Long Ching!- le decían sus vecinos. -¡Maldita tormenta cayó sobre tu casa! !Qué desgracia ha pasado por tu vida! ¡Tu casa y tu hacienda está perdida…!
Long Ching, amable, sereno y atento, tan sólo decía una y otra vez:
- ¿Mala suerte? ¿Buena suerte?, quién sabe…
Al poco tiempo, el invierno comenzó a asomar sus primeros vientos trayendo un fuerte frío a la región, y sucedió que las yeguas de Long Ching retornaron al calor de sus antiguos establos pero, en esta ocasión, lo hicieron preñadas y acompañadas de caballos salvajes encontrados en las montañas. Con esta llegada, el ganado de Long Ching se vio incrementado de manera inesperada.
El pueblo, al enterarse de tal acontecimiento, sintió un gran regocijo por la buena suerte del anciano, de tal forma que, uno a uno, fueron desfilando por su casa, para felicitarlo por tal bonanza.
- ¡Qué buena suerte tienes anciano! ¡Benditas sean las yeguas que escaparon y más tarde aumentaron tu manada! ¡La vida es generosa contigo Long Ching…!
A lo que el sabio anciano tan sólo contestaba una y otra vez:
- ¿Mala suerte? ¿Buena suerte?, quién sabe…
Pasada la estación invernal, los nuevos caballos fueron domesticados por el hijo de Long Ching que, desde el amanecer hasta la puesta del sol, no dejaba de preparar a sus animales para las nuevas faenas. Podría decirse que la prosperidad y la alegría reinaban en aquella casa.
Una mañana como cualquier otra, sucedió que uno de los caballos derribó al joven hijo de Long Ching con tan mala fortuna que sus piernas, brazos e incluso algunas costillas, se fracturaron en la tremenda caída. Como consecuencia, el único hijo del anciano quedó impedido durante un largo tiempo para la faena diaria.
El pueblo quedó consternado por esta triste noticia por lo que todos los vecinos fueron pasando por su casa, mientras decían al anciano:
- ¡Qué desgraciado debes sentirte Long Ching!- le decían apesadumbrados. -¡Qué mala suerte… tu único hijo! ¡Malditos caballos que han traído la desgracia a tu casa!
El anciano escuchaba sereno y tan sólo respondía una y otra vez:
- ¿Mala suerte? ¿Buena suerte?, quién sabe…
Con el tiempo, el verano caluroso fue pasando y cuando se divisaban las primeras brisas del otoño, una fuerte tensión política con el país vecino estalló en un conflicto armado. La guerra había sido declarada en la nación y todos los jóvenes disponibles eran enrolados en aquella deshumanizante aventura.
Al poco de conocerse la noticia, se presentó en el poblado de Kariel un grupo de emisarios gubernamentales con la misión de alistar para la batalla a todos los jóvenes disponibles de la comarca. Al llegar a la casa de Long Ching y comprobar la lesión de su hijo, siguieron su camino y se olvidaron del muchacho que tenía todos los síntomas de tardar en recuperarse durante una larga temporada.Los vecinos de Kariel sintieron una gran alegría cuando supieron de la permanencia en el poblado del joven hijo de Long Ching. Así que, de nuevo, uno a uno fueron visitando al anciano para expresar la gran suerte que, una vez más, rodeaba al anciano.
- ¡Gran ventura ha llegado a tu vida Long Ching!- le decían. -!Bendita caída aquella que conserva la vida de tu hijo y lo mantiene a tu lado durante la incertidumbre y la angustia de la guerra! ¡Gran destino el tuyo que cuida de tu persona y de tu hacienda manteniendo al hijo en casa! ¡La buena suerte bendice tu morada!.
El anciano mirando con un profundo brillo travieso en sus pupilas tan sólo contestaba:
- ¿Mala suerte? ¿Buena suerte?, ¡Quién sabe!
REFLEXIONES:
- ¿Recuerdas alguna situación en tu vida en la que te haya pasado algo similar a lo narrado en la metáfora? ¿Qué perspectiva tienes ahora sobre lo ocurrido?
-
«Recuerda que no conseguir lo que quieres, a veces puede significar un maravilloso golpe de suerte» (Anónimo).
-
«En la vida no hay cosas que temer. Sólo hay cosas que comprender» (Marie Curie)
Nota: Me gustaría dedicar este post a Luisangel M. participante en la VII Edición del Taller de Inteligencia Emocional (IE1) en Valladolid (Marzo 2015)
Rubén
ene 04, 2016 @ 23:56:53
Muy buen artículo!! interesante, ameno y con mucha mucha carga.
Pablo Villanueva
ene 05, 2016 @ 08:55:05
Gracias por tu visita y por tu comentario, Rubén. Un cordial saludo.